Interesante frase, que escuché de manos del Sr. Hugo Andrés Casanova, último eslabón en la cadena del linaje que desde Chile desarrolla, produce, comercializa y exporta los vinos de la casa que con orgullo acuña su nombre: Hugo Casanova.
Esta semana tuve el placer de participar en una cata en la cálida y esmerada cava de Taninos Casa de Vinos, que junto a los buenos amigos de Di Masi, se dieron a la tarea de convocarnos a una reunión donde se disfrutó de los aromas y los sabores de los vinos chilenos de la Bodega Hugo Casanova.
Ciertamente, fue muy grato degustar cuatro de sus buenos vinos. Destacaron en mi nariz su Chardonnay. Vino alegre, sin exagerados aromas a frutas, delicado, con una acidez propia de las uvas blancas que caracterizan a esta cepa, persistente e intenso en boca. Bien vale la pena probarlo más de una vez.
Pero indiscutiblemente el rey de la noche fue su cabernet sauvignon premiun bautizado con el nombre de: Don Aldo, en honor a su abuelo. Fue descrito por su nieto con sencillez y humildad, como la que tienen los niños cuando se paran frente a una persona mayor y con experiencia. Le dio el trato digno de la sabiduría de los que le anteceden, hablando de las bondades del terreno donde se encuentras sus longevas viñas de más de 60 años y con la mirada puesta en el futuro de un vino que fácilmente puede evolucionar por unos cuantos años de celosa guarda. Color a cereza oscura con vivos violáceos, donde predominan los aromas a frutillas maduradas, chocolate y claro está el “cuero animal” que bien describe la presencia y sus notas adquiridas por su paso en madera. Sabores complejos complementan esta alquimia que se degusta en el paladar con suavidad y redondez, acentuando el chocolate que percibimos en sus segundos aromas. Vino rico en matices que debe ser decantado y esperado mientras se oxigena, como se esperan las luces del amanecer luego de una rica velada entre amigos.
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