Este fin de semana en horas
de la tarde, estando cerca de La Carlota junto a unos amigos, decidimos almorzar
en el bistró francés Café Noisette; pues desde hace tiempo se comenta que es
punto de encuentro de todo aquel que quiere disfrutar un pedacito de Paris en
el paladar.
Conocido por propios y
extraños, está ubicado en una zona populosa donde estacionar no es tarea fácil,
más sin embargo eso no es impedimento cuando a los lugares les preceden buenas
críticas y elogios. Lamentablemente el periplo no culminó allí sino que
continuó al entrar al Café, pues fuimos recibidos por una Sra. de avanzada edad
que pide ayuda a todo aquel que por aquella puerta pasaba, hablando de mala
manera a quienes le eran indiferentes y sin tan siquiera prodigar una sonrisa a
los que algo le daban. Prosiguió luego la espera por una mesa, sin que
existiera nadie que llevara un control de los que allí esperábamos
estoicamente, mientras en las mesas contiguas los que si habían conseguido sentarse
tenían que soportar nuestra humanidad muy cerca de sus platos… al fin apareció
la tan esperada mesa y muy diligentemente fuimos atendidos, nos entregaron la
carta: simpática, corta, alegre y muy razonable en sus precios. Rápidamente solicitamos las bebidas para
mitigar el calor y tuve el placer de disfrutar un maravilloso te verde con
menta con una rodajita de limón a modo de decoración; no sólo apagó mi sed sino
que me hizo pensar por un momento que era un sitio a repetir…
Casi todos solicitamos crêpes,
conocida la trayectoria de los que han sido parte de Un Dos Crêpes, y quien ahora
también funge como uno de los dueños del Café. Rica tertulia mientras se espera
la llegada de tan deseado alimento, sólo interrumpida por algunos comentarios sórdidos
emanados de la Sra. que parece ser parte de la decoración del lugar. Llega la
comida y oh! sorpresa, los platos no están completos hay que esperar por uno de
los comensales que quiso saltarse la regla de las crêpes para solicitar una
bruschetta… luego de unos largos minutos de espera llega el ansiado plato, pero
de tanto esperar la ensalada de lechugas que lo acompañaba ya se veían un tanto
mustia y apagada, a pesar de ello mi amiga dijo que estaba muy rico y que el
aderezo estaba exquisito. Todos quisimos postre, “crêpes de nutella y cambur”
para compartir por aquello de las calorías, allí nos volvimos a decepcionar no
sólo por el grotesco tamaño con el que cortaron el cambur o el aguado chocolate
porque se les había terminó la nutella, sino porque se nos acercó a la mesa
otra persona a solicitar dinero… Luego de lidiar con él, solicitamos la cuenta
y nuevamente nos asombramos, pues al querer pagar nos dicen que no aceptan
tarjetas de crédito, que infortunio, pues en ninguna parte del menú se advierte
tal peculiaridad, ni tampoco el garçon que nos atendió lo mencionó.
Es así como los lugares
dejan de estar de moda, es así como lo que bien comienza tropieza con los
detalles, es por ello que lo cotidiano y bueno deja de serlo… Por favor, no se guíen
sólo por esta nota, pero si quieren aún visitar este café parisino traten de
hacerlo en día de semana, coman en el interior del local envueltos en el aire
acondicionado y pidan sólo aquello que les hizo famosos. Quien quita y tengan
Ustedes más suerte que yo.
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